— ¿Quién les paga el alquiler de la carpa?— le preguntó por curiosidad un periodista de C5N.
— ¿Están con el gobierno o con el campo?— le preguntó ya por estrechez de comprensión el mismo periodista. Gabino se ríe. Se ríe mucho.
— Esta carpa es de uno de nuestros compañeros y vendemos las empanadas para pagar la luz todos los días— Gabino se siente como un pájaro. No le debe nada a nadie.
Me sorprendió tanto movimiento en
Ese domingo, lo primero que vi cuando salí de la boca del subte, en la semioscuridad de la tarde, fue el escenario donde Kirchner hablaría el martes. Luego registré varias carpas oficialistas de agrupaciones y organizaciones que no vienen al caso enumerar ahora. Asomé el cogote al interior de una de las carpas y había una treintena de personas observando absortas la proyección de un documental sobre Evita. Retiré el cogote sin perturbar el ritual y tomé por el lado derecho (izquierdo si se lo mira de frente) del monumento sobre
— ¿Me convidás un mate?— pregunté. Casi 3 horas de viaje desde
—¿Vos sos de la organización?— me preguntó la señora del termo Lumilagro verde.
Y ante mi negativa me sorprendió con un rotundísimo…
—Entonces, no.
Bueno, qué va a ser…volví a mirar entonces las paredes de la carpa y me enteré que “Todo Madariaga aguanta al campo”.
— Estoy en el cuarto de un adolescente— dije en voz baja.
Salí bastante aturdido de aquel lugar (además no conseguí en todo el camino una farmacia para comprar mis psicotrópicos) y decidí terminar de dar toda la vuelta a la plaza; es decir, caminar sobre la vereda que va paralela a
Llegué hasta el costado del monumento (ahora sí a su margen propiamente derecho) y ahí me encontré con la carpa que acá se ve.
La carpa aborigen (no es el término que prefiero usar, pero es el que aún se sostiene) era un galimatías de colores, de afiches contra el hambre en el norte del país, de traducciones del español al wichi, del aroma a empanada salteña (verdeo, carne, huevo, morrón y papa, creo recordar); de coplas coyas en el aire; de carteles sobre el desalojo de mapuches y, sobre todo, de gente amable. Ahí hablé, me invitaron a comer y conocí a Gabino. Cada uno de nosotros compartimos algo con el otro. Él me contó su posición frente al conflicto y porqué estaba ahí en la carpa. Yo le ayudé a actualizar su blog.
—Un día me levanté a la noche y me dolía la cabeza— y se llevaba las manos a la nuca— no sabía qué era, hasta que me dí cuenta y me dije: “Gabino, tenemos que levantar una carpa”. Y así fuimos dándole para adelante.
Durante mucho tiempo habían estado callados, no por gusto, me apuntó.
- Ni siquiera nos tienen en cuenta para nada, y ésta vez no iba a ser igual – sentenció Gabino, mientras me acerca un mate.
Aquí no prima el bullicio, ni la cautivación de las conferencias y sus especialistas. Tampoco solemnes documentales históricos ni rotulaciones totalizadoras. Aquí primaba la charla. Devolví el mate, y el largo silencio se sostuvo en nuestra mirada.
- Tenés razón – le dije, asintiendo y repitiendo de nuevo: - Tenés razón – Y mientras se cebaba otro, comentó sus porqués.
- Hace tres meses que ésta situación divide al país. Y otra vez lo mismo… ni se imaginan que podemos participar, y eso es discriminación. Eso habla de la moral, de una moral social de todos los argentinos… - mientras las palabras caían fuerte, tronando en el suelo – Piensan en sus bolsillos nomás, y acá se está hablando de alimento. Los oligarcas nunca se fueron, y ahora con esto de la soja, están destruyendo todo.
Por varios momentos quise volver a arrancar la charla, pero el silencio de esas palabras había enmudecido cualquier intervención mía. Era la primera vez que oía argumentos tan contundentes, tan claros, sin gritos ni prepotencia. Volví a pensar en esa charla y sonreí, en esta carpa realmente importaban las palabras. Me volvió a tocar otro mate y comenté mi retirada.
- Yo te acompaño – me dijo Gabino.
- Bueno, gracias por pasar. ¿Seguro no necesitas nada?
- No gracias - Y tendí mi mano, con gusto, con placer de saludar a esas personas. Prometí volver a verlos y grité un largo “chau”.
– Chau, hasta luego – Tres al unísono.
Mientras me alejaba por la transformada plaza, pensé vagamente en Buenfil Burgo y en su teoría principal de que toda organización social es discursiva. Y me pareció entonces que toda esa enorme plaza era un enorme conjunto textual en el cual constantemente se constituían (en conflicto, contradicción, acuerdos, etc) distintos sentidos sociales. El discurso- dice Buenfil Burgos- al ser constitutivo de lo social, es constitutivo de los sujetos; brinda modelos de identificación en el repertorio de significaciones comunes que organizan las identidades sociales. Pensé entonces en mi constitución y llegué a la conclusión momentánea de que estoy en el medio de la plaza; o a un costado, riéndome con Gabino y mirando las palomas.
Audio: GABINO ZAMBRANO, dirigente Consejo Indígena Pcia Bs. As.
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